8 de noviembre de 2009

Reseña de NOCAUT de Antonio G. Villaran, también conocido como el Cangrejo Pistolero, por Eduardo Chivite.


Reseña de NOCAUT de Antonio G. Villaran, también conocido como el Cangrejo Pistolero, por Eduardo Chivite.

Empieza a ser ya un lugar común que los libros de los perfopoetas sevillanos empiecen como el más clásico de los libros de poemas, con un poema prólogo, poética o poema programático. Y efectivamente, de entre todos ellos, el que con mayor motivo de causa puede hablarnos de esto de la poesía escénica, Antonio G. Villarán, alias, Cangrejo Pistolero; conferenciante al respecto en la UNIA; divulgador incansable de todo género de poesía, junto a Daltón Trompet (Nuria Mezquita), que siempre está ahí para llevarle de vuelta a ras de suelo; editores de Cangrejo Pistolero Ediciones; y quién sabe cuántas cosas más, con su nuevo y tercer libro, después de Sois estúpidos y Conductor de nubes, repite este ya obligado menester en Nocaut, décimo primera entrega de la colección Poesía Ilustrada de esta editorial.


El libro comienza así con una Patetipoética, donde el autor nos da desde el principio las claves literarias de este nuevo poemario. Las metáforas del ring, los guantes o el boxeo, parecen un guiño a amigos como Ben Clark, Víctor Pérez, David Moreno o Gonzalo Escarpa. Pero pronto pasa a ser algo más: escribir como luchar, palabras como sangre, escenario como ring… “esteroides y palabras”, “la sangre seguía siendo mía”, “me levante / ajusté mis guantes amarillos / y seguí escribiendo”. Esta posición patética del luchador vencido podría ser solo eso, una anécdota o escusa desde la que escribirnos, pero hoy día, a diferencia de otras épocas, no es la voz del vencedor la que puede hablarnos desde la autoridad; en esta nuestra posmodernidad la derrota puede enseñarnos más, puede tirarnos cosas a la cara, desde allí se le permite escupir y ridiculizar nuestra existencia. El autor se revuelve contra los pesos pesados en un poema donde juega con un título becqueriano ¿Y tú me lo preguntas?, manifiesto performático: la poesía es próxima, anti-elitista, “no es una plumita”; se evade del mero sentimentalismo, se embadurna, “no es agua limpia”; busca ser útil, vitalista, “una mano que te atrapa”. Sabedor de que la lucha aún no ha comenzado llega el poema Round One.

Los poemas de Antonio intentan acercarse al lector como la voz de un amigo que intenta quitar hierro a este modo nuestro tan serio de vivir que unos llamamos poesía, otros competitividad, mundo laboral, familia, escuela… Emociona encontrar en medio de estos poemas verdades como golpes, confidencias de un yo-lírico púgil contra todos, desconocedor a ojos vista del cansancio y otras debilidades humanas, versos como: “Siempre he sido luchador / por eso entiendo a veces / el gesto desesperado / de arrojar la toalla”. Ese “a veces” que denota desde ya una sinceridad poética, que le permite, en ocasiones, como en el poema Tongo, mirarnos noqueado y escupir sangre, contra esta forma burguesa que tenemos de vivir. No siempre encaja uno bien los golpes, así en Golpes bajos reconoce abiertamente que “no hay dolor que duela” como un gancho de mujer fatal, “voy a ponerme / UNOS GUANTES DE CARNE MUERTA / para no ser yo quien te acaricie”. Pero otros golpes nos esperan aún en el combate, algunos los lanza Cangrejo desde el mismo suelo: “Sevilla es una ciudad / de más de un millón de cofrades”, Jipis, Patriotismo, Prometo, Gancho de izquierda. Como en dos espejos superpuestos, ilustrado uno de cantos de sirena y otro de cantos de escarabajos, enfrentados “EL SEÑOR ES MI PASTOR, NADA ME FALTA” y “All you need is love”. Al final de esta primera parte del libro (bajo el epígrafe que le da título), otra serie de verdades sobre este ring del mundo literario: “Duden, querido público / (…) no se fíen del poeta que da rodeos, / del que no habla claro / (…) y duden / hasta de mí”.

En la segunda parte, Ego Canalla, parodia el arte del soneto con armas similares a las de los mejores poetas satírico-burlescos del siglo XVII, como si enlazase intencionadamente con la tradición de los maleantes ingenios sevillanos (el círculo de Ochoa, o el hampón Alonso Álvarez de Soria) o de la escuela sevillana de la sal (Baltasar del Alcázar, también tan gastronómico). No puedo dejar pasar por alto el poema cuyos primeros versos rezan: “OINK KKMN / MRMRRMRRR / ZZJJHJHJHJH / ZUUUMKKK”, por aquello de su similitud con la poesía fonética o alguno de los poemas fonéticos más irónicos, próximo a la poética del silencio y al experimentalismo lingüístico, de Fernando Merlo, no en balde maestro en la transgresión poética, con poemas como Ostofe . No hay que olvidar que muchos de los poemas de Antonio juegan con realces, tamaño de letra, grafía, versos cortados por motivos de entonación, la disposición de las palabras en el verso, todo ello con una motivación recitativa, performática, que responde a la identificación fondo-forma (res – verba), propia del lenguaje literario. Así puede verse en “me retiras, deliras, deliro, muerdo, muerdo, muerdo, / me resbalo, me s e p a r o”. De hecho, las publicaciones de Cangrejo Pistolero Ediciones denotan esta preocupación por el cuidado editorial, la edición de autor, la ilustración, la variedad de tintas, la calidad de materiales o el libro de arte.

En la tercera parte, Perro Oeste, destaca la serie Declaración de intenciones. “Toda esta poesía es Morata (…) ha menester endulzarla”, dice Francisco Cascales de la sátira barroca, y no sé por qué sí, por qué no, voy yo y me acuerdo de esto, así y ahora… (¡ja!). En la última parte del libro In vino veritas vuelve a gritarnos “verdades entre burlas”, endulzadas de vino en apariencia, bien claro lo deja en el primer poema: “Y no hablo de vino”. En esta misma índole de cosas le pregunta a cierto oráculo infalible: “¡QUÉ SE NECESITA / PARA HACER / BUENA POESÍA!”, que le responde “¡FLECHAS!”. Aquí y allí saltan poemas breves como aquellas balas poéticas, flechas que juegan a la contradicción, haikus modernos: “Cuando tú me muerdes el corazón / yo me muerdo las uñas”.

Quizá con todo esto lo que persigue el poeta sea, como nos dice: “encontrarme conmigo mismo”, “que te sigan brillando los ojos”, o “podremos al fin hacer algo”. Al final del libro, como el que sabe guardar el mejor vino para después, están algunos de mis poemas preferidos: “Después de la muerte”, “Si me muriera yo”, Buzón de sugerencias, “Mi casa se llama piso”. Poemas donde el tema de la muerte hace presencia, puede que como derrota final, o como nuevo comienzo, y nos deja su testamento y un más que curioso y simpático epitafio. Seguramente la campana sonara, pero él ya estaba en el suelo, y no creo que la escuchase, alguien tiró la toalla, sí, pero para entonces, estaba fuera de combate, NOCAUT.

Eduardo Chivite (el poeta clásico).